Lo que busco en este artículo es abordar los dogmas
marianos, considerados por los fieles
católicos (como todo dogma) como verdades absolutas indiscutibles, no sujetas a
error ni a revisión, pues el dogmatismo de por sí consiste en pensar en absolutos
sin mediar reflexión ni actitud crítica alguna. Por supuesto, muchos católicos
moderados interpretan algunos de estos dogmas de manera alegórica, pero el
oficialismo católico mantiene una postura muy tajante sobre los dogmas de fe,
aunque permita la existencia de católicos disidentes para no decaer en número
de fieles, sustento de su poder político.
En realidad, los dogmas marianos son tremendamente
coherentes, claro que no con la realidad como la entendemos los hombres
modernos (y como la entienden los creyentes marianos), sino con la tradición
bíblica y la mitología cristiana. Así, se puede explicar cómo éstos surgen, en
realidad, a partir de recursos literarios de la tradición bíblica y posterior.
Y podemos concluir, de hecho, que María Virgen nunca existió desde un punto de
vista historiográfico. Existe, sí, en el imaginario colectivo, en la cultura y
en el arte, pero es un personaje, y en este artículo abordaré las supuestas
verdades indiscutibles sobre la figura mariana desde el prisma de la
literatura.
Como es bien sabido, la literatura surge asociada a
los mitos y a la religión, de la misma manera en que el drama y el teatro están
íntimamente ligados a los ritos, desde la sociedad greca primitiva hasta la
época medieval, al amparo del cristianismo. Cuando Homero escribió La Ilíada, lo que hizo fue registrar el
mito fundacional de un pueblo, una historia que se había transmitido a lo largo
de las generaciones de manera oral, valiéndose de epítetos y formas métricas
para ser así memorizada. Hoy hablamos fácilmente de mitologías greca, maya o
egipcia, desde el prisma de que el cristianismo, una religión más entre muchas,
fue parte del oficialismo de Occidente durante muchos siglos, y aún no pierde
su poder sobre las políticas públicas. Pero podemos hablar también de mitología
judeocristiana, y podemos rastrear la invención del dios cristiano desde la
literatura y la antropología.
Los israelitas también mantuvieron viva la Torá y sus
libros fundacionales del Pentapeuco de manera oral, valiéndose de formas métricas.
A fines del siglo XIX, ciertos arqueólogos encontraron Troya, Miscenas y otras
ciudades de las que se da cuenta en la La
Ilíada. Pero eso no significa que el relato de Homero, los dioses del
Olimpo que intervenían en la Guerra de Troya, y los hijos de dioses que
realizaban hazañas, fueran reales. Lo mismo ocurre con Israel. Que los judíos
existieran y escribieran libros y fueran sometidos por los romanos no implica
que una sola palabra de la Biblia sea verdadera, pues sus autores no buscaban
dejar un registro documental o testimonial como lo entendemos los hombres
modernos, sino escribir libros fundacionales de su pueblo en relación a Israel
y su dios.
Es por eso que el fenómeno religioso está asociado a
la literatura y a la ficción, pues las tradiciones literarias de un pueblo
conforman sus mitos fundacionales, y las religiones, una vez establecida la
casta sacerdotal, se fundamentan en libros que, considerados sagrados e
inspirados por la divinidad, son ante todo textos escritos por el hombre. Y
ante todo, como decíamos, los textos sagrados no fueron escritos para dar
cuenta de “lo real” como lo entendemos los hombres modernos, en el sentido
testimonial o documental, sino para dar cuenta de la relación entre una cultura
y su(s) dios(es) fundacionales. Es por ello que podemos establecer como una
premisa estética que leer textos de hace miles de años haciendo una lectura
desde nuestro prisma de hombres modernos, insertos en el positivismo
historiográfico, es un error y una falacia contextual.
Así, podemos ver que la figura de María ha sido
mitificada y adornada con una serie de creencias que surgen posteriormente,
instaurado ya el cristianismo, y se recogen de otros cultos, tal como surge la
misma Virgen posteriormente a la Iglesia Apostólica de los seguidores de Jesús.
Esta clase de mitificación ocurre incluso con personajes históricos después de
su muerte. El Cantar del Mío Cid fue
escrito sólo 40 años después de la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar, pero en ese
breve tiempo su leyenda –y el autor– ya lo habían engrandecido al punto de
hacerlo domar un agresivo león, y de convertirlo en un Héroe trágico. En el
caso de Cristo, éste fue engrandecido y mitificado hasta convertirlo en dios.
Pero esta tergiversación fue obra de San Pablo, quien ni siquiera lo conoció, pues
en el contexto de Cristo y desde la época del Rey Josías, la tradición
mesiánica era la de un libertador político; el Reino de Dios era el reino de
Israel, aquí en la tierra; los demonios eran los dioses de los pueblos enemigos;
y la muerte de Cristo fue el fracaso del ficticio dios hebreo por salvar a su
pueblo de Roma. Por razones que tal vez nunca comprendamos, azarosas quizás,
fue la doctrina paulina la que primó en Grecia y se constituyó como la religión
de un Cristo divinizado, cuya muerte y fracaso serían el triunfo de una vida
venidera invisible por sobre las miserias terrenales y el poder del Diablo, que
también es un elemento que incorpora Pablo. Así, los cristianos no
pertenecerían a este mundo, sino a un mundo venidero donde los espera Jesús,
quien además juzga a los enemigos de sus fieles. Esta interpolación que
convierte a Jesús en Dios habría sido inaceptable para un creyente judío, para
quienes había sólo un dios. Sin embargo, Marcos evangelista basó su evangelio
en la doctrina de Paulo de Tarso, y no en los relatos que aún circulaban sobre
el nazareno. Juan, Mateo y Lucas, que tampoco conocieron a Cristo, se
inspiraron en el texto de Marcos, perdiéndose así la figura del Jesús histórico
en los textos que serían canonizados. Surge así un nuevo dios de la confluencia
entre helenismo y semitismo. Un dios que es padre, que es hombre, que es
amigable o aterrador según su ánimo, misericorde si no lo ofendes, castigador
si aborrece tu conducta. A fin de cuentas, un dios antropomorfo con diversas
cualidades humanas deseables y no deseables, un dios celoso que exige lealtad,
pero contra cualquiera maldecido por los cristianos, su ira trasciende la eternidad. Es por eso, por el carácter
masculino de dios, paternalista, de patter,
que prescribe pautas normativas, que surge la necesidad de tener una
contraparte que fuera madre, devota y amorosa.
Veamos ahora si la Biblia da cuenta de ficción o de
hechos históricos. Al leer la Biblia, los fieles buscan guía y no suelen
considerar que están leyendo a un autor, que ciertamente no es Dios. Ese
hombre, por el hecho de ser autor, escribe literatura. Por ejemplo, cuando
María visita a su prima Isabel, de acuerdo al Evangelio de Lucas, ésta la
reconoce como madre de Dios y María replica con el Magnificat. Este complejo poema
o canto es un mosaico de citas de cantos de mujeres del Antiguo Testamento, y
ciertamente no hay registro posible de que la Virgen haya improvisado semejante
poema en una conversación cotidiana, sino que su autor es Lucas Evangelista. Lucas
también es célebre por conciliar el origen de la iglesia emergente poniendo a
San Pablo y a Pedro y compañía como apóstoles que predicaban juntos, en su
libro de los Hechos, pese a que
Pablo, apóstol audesignado por revelación, condena en sus cartas a toda Iglesia
que no fuera la suya propia, incluyendo la de los apóstoles. Es sabido también que
el profeta Daniel, por otra parte, uno de los elegidos de Dios, es un personaje
ficticio creado por las autoridades religiosas para transmitir un mensaje
moral. Y lo son también otros profetas. Los Apocalipsis, como el de Juan,
considerado por varias sectas protestantes como el anuncio del fin del mundo,
en realidad hablan de la Iglesia emergente en aquella época, en un lenguaje
alegórico codificado para los primeros cristianos. No hubo revelación alguna;
ésta es un recurso literario. Hubieran sabido los autores el lío que iban a
provocar dos mil años después con aquellas imágenes alegóricas. Esta
interpretación de “los últimos días” es producto de realizar una lectura desde
el contexto actual y no desde el contexto del texto. Los Testigos de Jehová
interpretan la Biblia y el Apocalipsis literalmente como el fin del mundo, con
todo lo que allí se narra, porque ellos existen en un contexto donde los libros
buscan transmitir información. ¡Y qué decir de cómo los creacionistas pretenden
seriedad basándose literalmente en un libro fundacional como el Génesis, cantar
de gesta hebreo, estableciendo la mal llamada “hipótesis” de la generación
espontánea del hombre moderno, y el diseño inteligente o intención inteligente
detrás de la creación de estas creaturas!
No es momento en este artículo para profundizar en lo
mucho que se contradice la Biblia con la historia y la arqueología modernas.
Baste mencionar que Abraham y su descendencia son personajes ficticios, lo
mismo Moisés, el exilio y la conquista de Canaán. Dedicaré otro artículo a este
tema de cómo se establece el mito fundacional, pero puedo asegurar que los
egiptólogos coinciden en que Israel jamás fue esclavizado en Egipto: más aún,
los israelitas no existían en ese entonces.
Tenemos entonces que los autores de la Biblia no
buscaban dar cuenta de una verdad documental sino de crear una identidad como
nación, y como lectores contemporáneos de la Biblia no podemos perder ese foco.
Entonces la pregunta se formula. Si la Biblia es literatura y no busca dar
cuenta de la realidad tal como la entendemos hoy, ¿se escapan a esto los
Evangelios? Ciertamente no: la figura de Cristo ha sido enzalzada hasta
convertirlo en Dios. Los evangelistas, al escribir, fieles a la doctrina
paulina y no a los relatos testimoniales que circulaban, adaptaron lo que oían a
sus propios principios morales dirigidos a las comunidades cristianas que los
leerían. Los evangelistas no escribían para los hombres del futuro. Al igual
que Pablo y Pedro, escribían sus textos para comunidades concretas con
problemas específicos, muchos de ellos problemas de fe al lidiar con los
paganos o con la vida comunitaria. Y escribían para ellos, no para dar
testimonio, más allá del Cristo resucitado, constructo de Pablo. Pasajes que de
ser reales serían asombrosos, como la resurrección de Lázaro o del mismo Jesús,
la Transfiguración o sus diversos milagros, tienen mucho de ficción y mitificación
cristiana, muchísimo de contaminación post mortem de la leyenda, y nada de
registro por parte de historiadores griegos y latinos. Incluso el supuesto
evento al morir Jesús no fue registrado por los romanos, que crucificaban
judíos rebeldes como algo cotidiano. En otras palabras, aun si asumiéramos la
existencia de un Jesús histórico, ésta no habría trascendido más que para el
selecto grupo de seguidores de dicho Jesús, como aparentemente ocurrió. En
aquella época, había muchos líderes religiosos y muchos que se consideraban el mesías
de Israel. Entre los judíos había varios grupos o sectas, más o menos
radicales, y todas ellas tenían líderes. Los atributos sobrenaturales de Jesús
y las enormes multitudes que lo seguían corresponden a ficción, a recursos del
evangelista para validar al Jesús de Pablo. En el contexto de Cristo, hubiera
sido impensable que un hombre se autoproclamara Dios. Los emperadores y
faraones se consideraban dioses, pero para un judío, por su cultura, religión,
cosmovisión y visión de Dios, la idea de que un hombre fuera dios era imposible
de concebir. Ellos ni siquiera pronunciaban el nombre de Dios.
Los evangelistas escribían haciendo una lectura del
Antiguo Testamento, ocupados en ajustar la vida de Cristo a las profecías
mesiánicas. Que no le romperían un hueso, que sería anunciado y precedido por
Juan Bautista (voz del desierto), que descendería del Rey David, que hablaría en parábolas, que haría
milagros, que sería ungido por el Espíritu Santo (episodio del Jordán), que
sería celoso de lo referente a Dios, que entraría a Jerusalén montado en un
burro, que sería crucificado entre malhechores, que lo traspasarían con una
lanza, que sortearían su túnica, etc., e incluso Lucas dispuso un censo que no
está registrado –que es lo que se espera de un censo– para hacerlo nacer en
Belén, tal como había sido profetizado. Podemos afirmar entonces que los
evangelistas (todos ellos, apócrifos también) no pretendían dar cuenta de una
persona real ni de una realidad testimonial, como afirma la Iglesia, sino
construir un mesías haciendo uso del material de los profetas, y escribiendo
con ese fin.
Hoy pensamos en Jesucristo como un hombre único cuyo
mensaje triunfó en la adversidad. Pero en aquella época pululaban mesías que
eran sumamente populares. El mismo Simón el Mago era considerado de naturaleza divina,
tenía muchos seguidores y se le atribuían grandes milagros. Lo mismo su
contemporáneo Apolonio de Tiana, místico a quien se atribuían milagros y
poderes sobrenaturales. Hoy en día podemos tener la impresión de que Cristo, si
existió, era un iluminado, pero en realidad su contexto era un verdero circo donde
los apóstoles competían con otros místicos con poderes, tal como relata Hechos (competían mediante trucos y
prédicas, “sanando” mediante imposición de manos y convenciendo mediante
retórica y testimonios dudosos). Incluso primaban entonces religiones como la
romana o la griega donde los dioses interactuaban y concebían hijos con
humanos. Y autoridades, como los emperadores, que eran considerados hijos de
dios, ante su pueblo y ante el senado, similar a lo que ocurría con los
faraones egipcios. Ser mesías o ser hijo de dios no era mayor novedad. Pero entre
todos los líderes de sectas fue Joshua Ben Pandira (Cristo) quien se convirtió
en objeto de devoción y obsesión de Paulo de Tarso, autor del cristianismo. La
verdad es que los primeros cristianos eran una secta en la que ni siquiera
estaban de acuerdo en si seguir a Jesús o a Juan Bautista. El triunfo del
cristianismo es el triunfo de Pablo, consolidado oficialmente al convertirse
Constantino y cristianizar el Imperio. La paradoja es que convierten a un judío
monoteísta en el nuevo dios, y anteponen la vida futura invisible a la vida
terrenal, real y concreta. Al alero del cristianismo, el creyente debía ceñirse
a un amplio catálogo que prohibiciones y restricciones (tal como ocurre hoy)
para participar de esta vida futura, llamada también Salvación (lo que
presupone una condena primera por parte de Dios). Es así como surgen los
ideales ascéticos en el contexto del catolicismo. Y surge también la bienaventuranza, la paradójica idea de
que toda desgracia y calamidad que nos ocurra es en realidad buena, en provecho de la vida invisible.
Es al cristianizar el Imperio Romano que crean a María.
Centrémonos ahora en los dogmas marianos y en el
principal de ellos: María madre virgen. El dogma la proclama “virgen antes,
durante y después del parto”. Este dogma está constituido por dos elementos.
Uno de ellos es la tradición bíblica. En la Biblia aparece un patrón repetitivo
asociado a los nacimientos importantes. Cuando Dios se dirige a Abraham en el
Génesis, con el objeto de formar un pueblo, le promete, para ello, una gran
descendencia. Abraham no tenía hijos. Era anciano y su mujer estéril. Es por
eso que concibe un hijo con una esclava, pero luego Sara, su mujer, que era
infértil, queda embarazada de Isaac. Se cumple así, en el recurso literario,
que para Dios no hay imposibles. El Evangelio de Lucas nos narra que Isabel era
estéril y no podía tener familia, lo que era una humillación para ella y para su
esposo, el sacerdote Zacarías, debido a la importancia que los judíos daban a
la descendencia. Isabel y Zacarías eran considerados malditos, pues su estirpe
moriría con ellos. Pero a Zacarías se le aparece el arcángel Gabriel –narra el
Evangelio de Lucas– para anunciarle un hijo, e Isabel queda embarazada de Juan
Bautista, primo de Jesús y último de los grandes profetas. Es por eso que el
ángel dice a María en la Anunciación: “También tu parienta Isabel está
esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya
en el sexto mes de embarazo. Para Dios nada es imposible” (Lc 1,36-37). Otro
ejemplo es el Evangelio de la Natividad de María. Este texto apócrifo data de
la Edad Media y fue escrito al amparo de la Tradición católica. De él se recogen
las fiestas de la Natividad de María (8 de septiembre) y de Ana y Joaquín (26
de julio), padres de la Virgen, que no son mencionados en la Biblia. El texto
narra que Ana y Joaquín eran estériles y ancianos; Joaquín era sacerdote, al
igual que Zacarías; ambos eran despreciados por no tener hijos. Sin embargo,
tras el anuncio del ángel, Ana queda embarazada de María.
Así, podemos apreciar que, en la
tradición bíblica cristiana, se utilizan recursos literarios para acentuar los
nacimientos importantes como acontecimientos imposibles (debido a padres
estériles) anunciados por un ángel. Pero el nacimiento de María presenta una
anomalía: nace una niña. Para los judíos no tener hijos representaba una
maldición de Dios, pero las hijas eran una carga para sus padres y sus futuros
maridos, carga que era aliviada con la dote o vendiéndolas como esclavas. Lucas
y los inventores de María habrían de justificar muy bien que aquella
adolescente era especial por ser la futura madre del dios vivo: Emmanuel. El
siguiente nacimiento importante era el nacimiento de Jesús. María sería, para
la tradición que gestó este relato, la madre del Mesías, pero el nacimiento de
Cristo, el hombre-Dios, ameritaba algo mucho más imposible y espectacular que
una madre estéril. Es por eso que se incorpora la idea de la madre virgen, que
sí está a la altura, literariamente hablando, de los coros de ángeles de los que
habla el Evangelio, las persecuciones y la supuesta estrella que señalaba la
ubicación del pesebre. Incluso los Evangelios apócrifos ponen énfasis en que la
matrona declara a María como físicamente virgen incluso después del parto, tal
como lo avala el dogma católico.
Aquél es un elemento, el que
podríamos llamar patrón o recurso literario para acentuar los nacimientos
importantes como acontecimientos imposibles, siendo el de Cristo el más
importante y, por ende, el más imposible de todos: hijo de una virgen que jamás
ha conocido varón. El otro elemento guarda relación con la profecía de Isaías
de que el mesías nacería de una virgen. En Isaías
7,14, el autor pone en boca del personaje: “El Señor, pues, les dará esta
señal: La joven está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre
de Emmanuel, Dios-con-nosotros.” El
subtítulo del pasaje anuncia: “La Virgen dará a luz”, y en traducciones de la
Biblia de iglesias protestantes o evángelicas, se reemplaza la palabra “joven”
por “virgen”, siendo el resultado: “la virgen está embarazada y da a luz a un
varón”. Es así que se va construyendo un mito a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento.
1. Dios rompe con Eva por el pecado que heredaría la humanidad. 2. Dios se
reinvindica naciendo de mujer. 3. Jesús es Emmanuel, “Dios con nosotros”, y ha
venido a salvarnos del pecado. Tal como hemos visto, los diversos evangelistas
que pululaban tras la muerte de Cristo pretendían validar a Jesús con las
profecías del Antiguo Testamento. Pero aunque asumiéramos que la idea de María
madre-virgen se remonta únicamente a Isaías,
no es explicación suficiente pues la verdad es que estos elementos no sólo
construyen a Cristo, sino que construyen también a María como objeto de un
culto, y estos elementos referentes a la madre de dios se agregaron a la
leyenda cristiana mucho después de la supuesta muerte de Cristo, y son
considerados por la Iglesia como Revelación mediante Tradición (la Tradición y
la Biblia son las fuentes de Revelación católica). María, más que un personaje
que parió a Cristo, es una construcción de un culto. Les explicaré cómo y por
qué se la construye.
Cuando se cristianizó el Imperio
había muchos cultos, que para los cristianos eran paganos. La misma
transculturación que aconteció en la conquista de América, ocurrió entonces
para imponer el cristianismo como religión oficial. El 25 de diciembre se celebraba
en Roma el solsticio de invierno, fiesta del dios Saturno. Esa festividad fue
cristianizada y remplazada por la Navidad o Natividad del Salvador. Así también,
la fiesta de los idus de marzo sería reemplazada por Semana Santa, para que los
creyentes tuviesen acceso a los ritos que les recordaban la muerte y
resurrección de su nuevo dios. Y lo más importante, el rito primordial era la
Eucaristía, un rito que inventó Pablo de Tarso invirtiendo las formas
ceremoniales de las cenas judías para instaurar una nueva ceremonia ritual que
acabó en la teofagia.
¿Dónde entra María Virgen? En el
Imperio Romano había un culto muy difundido, que era el culto de la diosa
egipcia Isis. Isis era venerada como Diosa Madre, Madre Virgen, Reina de los
Cielos y Diosa de la Maternidad y el Nacimiento. Para los cristianos era muy
difícil abolir ese culto de madre amorosa con la imagen de un dios padre
castigador y censurador de la sexualidad, omnipotente y absoluto pero que se
hizo víctima de inmolación. No parecía ni parece hoy un dios de amor, sino que
era el dios semita helenizado por la imaginación de Pablo para volverlo humano
y acusar a la humanidad de su muerte. A través de la imagen maternal y
acogedora de María, recién surgida y legitimada por Lucas y las autoridades,
lograron reemplazar el culto a Isis por la nueva diosa. Para los devotos, y
especialmente las devotas de Isis, que se postraban ante la imagen de la diosa
con Horus en sus brazos, no significó mucho el cambio de nombre. En aquella
época existían muchos cultos, y la tolerancia religiosa era muy distinta a como
sería posteriormente con el cristianismo.
El concepto de madre-virgen es, como muchos dogmas
católicos, una paradoja tanto literaria como también una paradoja lógica. Dentro
de la literatura, este concepto es un oxímoron, es decir, un tropo o figura
retórica que une dos significantes opuestos y contradictorios. Por ejemplo:
silencio atronador, dulce amargura, vida muerta, madre virgen. Es una paradoja.
En el caso de la lógica, la idea de madre virgen es ilógica y contraria a la
lógica de la causalidad. Madre y virgen son dos elementos opuestos que, juntos,
se anulan uno al otro, de manera que la sentencia se niega a sí misma y pierde
significación. Esto, desde el prisma católico, es uno de los llamados
“misterios”, fórmulas promulgadas por un papa que han de ser aceptadas aunque
carezcan de la lógica más elemental.
La Iglesia ha enaltecido la figura mariana asociada a
la virginidad y la pureza, sin considerar siquiera que no haberse acostado con
su esposo hubiera sido motivo de desprecio público por parte de José en aquella
sociedad. Sin aceptar la idea de que al menos el parto la habría despojado de
su virginidad. El cristianismo asocia la idea del sexo y el impulso sexual (cosas
naturales de todo ser humano) como algo pecaminoso para someter a todo ser
humano a la tiranía de la culpa. La eterna pugna entre el cristianismo y los
instintos básicos del hombre alcanza su apogeo al venerar a María llamándola
Virgen (sí, con mayúscula) en vez de por su nombre. Los santos padres y
doctores de la Iglesia, tales como San Pablo, San Jerónimo y San Agustín, han
hecho la batalla contra los impulsos y las conductas sexuales en todas sus
variantes, al punto de considerar el matrimonio como un mal necesario para procrear,
pero transmisor del Pecado Original. Sobre ello me extenderé en otro artículo.
Baste mencionar aquí que se sacraliza el sexo como tabú, y en un tabú que
curiosamente es objeto de enjuiciamiento incluso (o especialmente) hacia los no
cristianos y lo que éstos hacen en la cama. Es como ocurrió en la conquista de
América: los pascuences creían en un Hombre Pájaro que se masturbó para
fecundar y crear al hombre con ese acto. Los rapanui celebraban a su dios con
orgías, al igual que los incas tenían jóvenes prostitutos en el Templo, y los
mapuches curanderos travestis. El sexo era algo sagrado en abundancia, no en
censura, y fue muy difícil que la figura mariana fuera aceptada por los pueblos
precolombinos. Rechazaban que una diosa fuera virgen, y rechazaban la
virginidad. El concepto de madre virgen les resultaba lo más ilógico de esta
nueva religión. Fue así que los misioneros lograron introducirla en calidad de
madre o “madrecita”, como la llamaban los pascuences, aunque la madre fuera
para ellos símbolo de fecundidad y jamás de castidad.
La entrega a Dios se proclama que debe ser en cuerpo y
alma y libre de pecado carnal. Es así que la pureza y hoy sobrevalorada
castidad de María se ritifica en el celibato sacerdotal, en quienes se entregan
por completo al indoctrinamiento bajo la prohibición de compartir su
sexualidad. Así la castidad de María se hace rito en el celibato, y éste
ratifica que lo virgen y casto agrada a Dios tal como los animales puros
agradaban a Yahvé en sus holocaustos.
En la literatura actual se habla mucho de María
Magdalena o María de Magdala como presunta esposa de Jesús. Las teorías de
diversos autores se hicieron populares rápidamente por causa de la novela
conspiracionista de Dan Brown, y el mercado editorial hizo lo suyo. La Iglesia
reaccionó pues vio amenazada su tradición (fuente de Revelación) y a la
divinidad del mismo Cristo. Los estudiosos más objetivos del Evangelio –sin
olvidar que es ficción– saben que María Magdalena, la mujer adúltera a la que
Jesús perdona su lapidación, y la mujer que baña los pies de Cristo con
perfume, no son la misma persona de acuerdo al texto, sino que tres mujeres
distintas. ¡Pero decir que Cristo se casó y tuvo hijos como cualquier otro hombre
habría hecho en su lugar…! La Iglesia vio en esta afrenta la humanización de
Jesús, su terrenalización, algo contra lo cual debían luchar a toda costa,
incluso mediante la censura y la prohibición a los católicos de leer ciertos
libros, tanto ensayos como novelas.
Lo interesante es ver la oposición entre las dos
marías. El concepto de pureza casta de María, madre-virgen, se opone a María
Magdalena, que encarna la sexualidad que denigra la divinidad de Cristo, ante
la tesis de María Magdalena como esposa de Jesús. María madre ha de ser casta
porque es la imagen de nuestra madre, y los fieles recurren a su pureza para
limpiar sus faltas. Magdalena, en cambio, amenaza la divinidad de Cristo y la
castidad de todo el cristianismo bajo la tesis de haber profanado con su sexo
un cuerpo que es glorioso, resucitado, transfigurado y a la vez espiritualizado
en la transubstanciación para ser devorado. La oposición entre María Virgen y
María Magdalena, considerada en la tradición como una prostituta, es la
oposición entre dos arquetipos opuestos: la virgen y la puta. En este caso, en
términos literarios simbólicoarquetípicos, lo virgen se fundamenta como madre,
principio y principio fundador: madre de Jesús, quien es el Alfa y el Omega, el
Verbo creador al que alude Juan, encarnado dentro del tiempo. Lo promiscuo, por
otra parte, se representa como el pecado que debe ser redimido por la Iglesia,
cuerpo de Cristo, en la conjunción de estas tres mujeres distintas en
Magdalena, a quien se le atribuía una “mala vida”, pese a lo cual es salvada y
redimida en el Evangelio por su amor y devoción a Jesús. Cristo se establece
entonces como redención conciliadora al ser seguido por su madre, por una
pecadora, y por la tercera María, la media hermana de la Virgen.
La batalla mariana contra las iglesias evángelicas que
no consideran virgen a María en su matrimonio, se protege a sí misma con la
idea de “dogma de fe”, obligación de creer sin posibilidad de negación. En
efecto, entre ficción y ficción, no ya literatura sino acomodo de los dogmas
para que se sustenten a sí mismos, surgen otros dogmas importantes a lo largo
de la historia de la Iglesia y de María, tales como: 1. María, aun siendo
esposa, fue virgen toda su vida. 2. Por ser madre de Cristo, fue concebida
Inmaculada, libre del Pecado Original; y 3. Por estar libre del Pecado Original,
fue asunta al Cielo en cuerpo y alma.
Estos dogmas no sólo desafían la razón y la lógica,
sino que se oponen a la doctrina católica actual. La Iglesia piensa hoy que el
Cielo no es un lugar físico, sino un estado espiritual. ¿Cómo podría entonces María
evadir la muerte para ser asunta en cuerpo físico y alma? El dogma proclama que
su cadáver no existió, sino que, incorrupto, ascendió a la gloria de Dios. La
respuesta es que este dogma fue concebido con la creencia antigua de que el
Paraíso estaba en el cielo, en algún lugar de la atmósfera. Este dogma no tiene
base alguna en los Hechos de los
Apóstoles ni en ningún libro de la Biblia. Es un invento. Los inventos son
llamados por la Iglesia “verdades reveladas por tradición, cuando el Obispo de
Roma se pronuncia ex cathedra”. Si el
pecado, para la doctrina católica, es inherente a la naturaleza humana y a la
dualidad Bien/Mal de nuestras acciones, independientemente de si el individuo
peca o no, ¿cómo podría alguien liberarse del Pecado Original al momento de ser
concebido, si el Pecado Original para la Iglesia actual es una metáfora de la
naturaleza del pecado, fundamentada en la metáfora del segundo relato
creacionista? Una posible respuesta de un creyente es que Cristo no compartía
la naturaleza del pecado, pero compartía la naturaleza humana por nacer de
mujer, y por ello ésta fue concebida sin el pecado de ser humano. Al final todo
es una construcción política. Los dogmas marianos han sido proclamados cuando
hay disenso sobre la naturaleza y culto de María. Entonces el papa de turno
establece verdades irrefutables para zanjar el asunto, verdades que, en el
futuro y de manera indefinida, no pueden ser abolidas ni reinterpretadas. No
están sujetas a revisión ni a error pues el papa goza ex cathedra de la infalibilidad del mismo Cristo, según reza el
dogma de la infalibilidad papal.
Aunque los dogmas son paradojas lógicas de por sí,
ciertamente se produce una paradoja de consecuencia al tener que ajustar todo constantemente
para defender una “verdad” antiquísima, declarada por algún concilio muchos
papas atrás. Algunos sacerdotes, incapaces de aceptar patrañas, buscan el “verdadero
sentido” de los dogmas marianos, algo así como el origen literario pero en
coherencia con su fe, de manera que tengan un sentido alegórico, pero sin negar
el dogma. Ése es el daño de no poder revisar ni cuestionar una creencia: se
establece que algunos elementos son literales y otros alegóricos, pero la
verdad es que la fe cristiana, como hemos expuesto, se basa y se sustenta en ignorancia
historiográfica. Es opuesta, por su dogmatismo, al uso de la razón y a la
libertad de ideas. ¿Y esto para qué?, se preguntarán. Cuando los fieles se
postran ante María, no lo hacen ante una adolescente judía de hace dos mil
años, inaprensible para nosotros; ni siquiera ante un personaje de la
tradición; ni siquiera aún ante un personaje de ficción como vimos que es. Se
postran ante una institución que es parte de la institucionalidad católica. María
es una institución que representa pureza, castidad y obediencia. Ciertamente
estas ideas, en especial la castidad y la virginidad, están siendo
tremendamente sobrevaloradas por los marianos y los católicos en general. Pero
la castidad, la pureza y la obediencia son lo que los cristianos esperan del
comportamiento de las mujeres. Son lo que llaman virtudes. Adoran a María por
ser esclava, doméstica y servil, tal como esperan que sean sus madres y las
madres de sus hijos. María es un personaje de ficción creado por una decisión
política, pero aun si hubiera existido, la muchacha hebrea de hace 20 siglos nos
resultaría inaccesible. Es por eso que los católicos institucionalizan su mito
y pretenden sortear la distancia temporal a través del rito, es decir,
ritificando al mito en los votos de los sacerdotes y las religiosas, y en las
fiestas marianas, una de las cuales dura un mes entero.
Hay que destacar también que la tradición mariana
incorpora elementos interculturales, como la idea de María siendo asunta, que
representa la idea pagana del ser humano ascendiendo a una condición divina. O
el rosario, único mantra de los católicos, copiado del rosario de los
hinduístas. Mientras los hinduístas pasan las cuentas rezando el mantra del
Hare Krishna, los católicos repiten 50 avemarías, 5 padrenuestros y 5 glorias. Como
institución intercultural, existen diferentes Vírgenes o versiones de la Virgen
según el lugar de sus apariciones, como Fátima o Lourdes, pero también según
los milagros que concede, o la imagen que la representa, como la Virgen de los
Nudos, la Virgen Bizantina o la Virgen de Schoenstatt, y además hay una Virgen
adecuada para cada pueblo o cultura, desde las Madonnas renacentistas italianas
a la Virgen del Carmen, la Virgen de la Tirana, que tiene su propio carnaval pagano,
y las imágenes que circulan por mail concediendo favores o amenazando si el
mensaje no es reenviado. También está la versión azteca de la Virgen de
Guadalupe, y las otras versiones precolombinas de la Virgen, como las de Perú, ante
cuyas imágenes los incas se arrodillaban para adorar, no a María, sino al sol
que pintaban en la imagen junto a la Virgen.
Este culto mariano ha derivado, pues, en diferentes
cultos específicos según la imagen venerada o la patrona o apadrinamiento que
representa María Virgen. Algunos son devotos de la Virgen del Carmen; otros, de
la Virgen de Lourdes; otros, de la Virgen de Fátima. A la imagen de la Virgen
de Guadalupe los católicos atribuyen diversas cualidades sobrenaturales; a la
Virgen de Schoenstatt sus devotos la llaman mutter
para diferenciarse de otras congregaciones marianas, y diferenciar a la mutter de otras vírgenes. La Virgen de
los Nudos se caracteriza por resolver los problemas que el feligrés le encarga;
la Virgen de la Tirana es fruto de la permeación mariana en la cultura del
norte de Chile y cuenta incluso con un carnaval. Cada imagen de la virgen
cuenta con un nombre característico que la distingue, y con adeptos y supuestos
milagros que los católicos les atribuyen, ya sea que acudan a verlas al templo
o que las lleven en sus billeteras. En el catolicismo se practican mucho las
“mandas”, consistentes en pedir un favor a alguna deidad –María, por ejemplo– a
cambio de un sacrificio que puede atentar incluso contra la integridad física
del solicitante. Es así que la figura de María, con su carácter pagano y sus
diversos cultos o subcultos diferenciados entre sí, planteándose en la fe
católica como abogada e intercesora, se opone al absolutismo de Dios Padre y a
la Providencia.
Con respecto a las apariciones de la Virgen, ésta
nunca se ha aparecido a un ateo o a un erudito. Tampoco ha aparecido en
público. Las personas que suelen ver a la Virgen en sus apariciones
sobrenaturales son novicias, monjas o personas devotas en extremo que pasan
gran parte del día contemplando sus imágenes y rezando el rosario. El rosario,
como mantra, posee una característica: la repetición reiterada e indefinida de
una fórmula lingüística, como es el caso de una plegaria, adormece el neo
córtex, la capa del cerebro que filtra la actividad consciente, y abre paso a manifestaciones
subconscientes, las cuales son percibidas como reales por haber burlado la
conciencia del neo córtex, adormecida mediante seguidillas de rosarios y
mediante el ayuno y la penitencia que debilitan el cuerpo, abriendo paso así a
la sugestión e incluso a la sugestión hipnótica, lo que explicaría los estigmas
de algunos “santos”, por no llamarlos fanáticos. Han sido estudiados los
estigmas desde la ciencia, descubriéndose que en trance hipnótico el organismo
puede manifestar heridas si así se lo ordenan. Eso explica que los
estigmatizados manifiestan las mismas heridas que muestran las imágenes a las
cuales tienen acceso. Hay que destacar también que las jóvenes que han visto a
la Virgen María buscaban verla y conocerla, por lo que hay una intención
subconsciente y consciente de entrar en contacto con la Virgen, una
predisposición a la cual se abocaban. Esta hipótesis mía de la sugestión
hipnótica mediante ayuno, penitencia, oración o cualesquiera forma en desmedro
de la actividad consciente del neo córtex, es una hipótesis entre muchas. Para
otros, las apariciones pueden corresponder a síntomas aislados de sicosis
religiosa, o incluso a fraudes por parte de personas con rasgos histéricos de
personalidad.
La institución mariana ha inspirado varias congregaciones
católicas, los dogmas que hemos visto, e incluso novelas y poemas. Cientos de miles
de católicos en el mundo se postran ante Vírgenes morenas o rubias, modestas o
adornadas con gemas, flores, fotografías de personas salvadas por su intercesión,
chapitas con peticiones, sufrientes o infantiles, acunando al niño Jesús
campesinamente o en plena majestad como señora de las potestades celestiales; en
fin, hay para todos los gustos, similares racialmente a una amplia diversidad
de católicos, y más aún, amiga de sus feligreses. El problema es que la
virginidad de María, principalmente al estar embarazada, pese a ser
evidentemente inviable, es fundamento para los católicos de la divinidad de
Cristo. Eso por eso que la Iglesia (institución formada por varones) intentará
a toda costa, al igual que el pequeño Edipo descubriendo su sexualidad,
aferrarse a la única imagen femenina y maternal que permite la visión católica
de un Dios Padre completamente antropomorfo. Aunque María no exista, o en el
caso más optimista esté muerta ya, los católicos, al hacer de ella una
institución, ven en ella a una madre, ven en ella la virtud. Los católicos
podrán tener sexo con mujeres, con hombres, con prostitutas o con niños; podrán
robar, mentir o cualesquiera pecado que se considere, pero al postrarse ante la
imagen mariana y recitar el mantra del rosario, se sienten redimidos y
perdonados. Pues, ¿qué amor es tan incondicional como el amor de una madre?
Ciertamente el amor de Dios no lo es.
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