domingo, 15 de enero de 2012

IGLESIA ABSURDA EN TRES ACTOS


Teatro del absurdo: La inspiración divina de la doctrina católica o El continuo parche de sus pecados. Ensayo en tres actos.


Acto 1: Textos Inspirados. Cabe preguntarse mediante qué medios la Iglesia Católica –que durante siglos fue, no sólo la única doctrina cristiana, sino también la voz del oficialismo en Occidente– ha legitimado su poder terrenal. Como pudiera preverse, lo ha hecho mediante su misma doctrina, pues asegura, no sólo la inspiración divina de los textos bíblicos, sino también que la misma Iglesia ha sido inspirada a lo largo de la historia por el Espíritu Santo. En vez de refutar sus creencias irracionales (dogmas) racionalmente, voy a utilizar la razón para poner de relieve las inconsistencias de su propia doctrina. Muchas preguntas surgen a propósito de esta creencia “de fe”. Si aceptáramos la existencia de Dios, ¿por qué sólo la religión cristiana habría de estar inspirada y validada por ese dios, incluyendo los textos que la fundamentan? Si los católicos hablan de mitología greca, latina, egipcia o maya, ¿por qué no hablar de mitología y literatura judeocristianas? Desde el punto de vista de un creyente, ¿qué vuelve al dios cristiano una mejor musa que otros dioses? ¿Desde cuándo el deber ser valida el quemar brujas en la hoguera por sobre sacrificar vírgenes en un altar? Si creyéramos en este montaje de la inspiración, ¿no deberíamos considerar como inspirado cualquier texto religioso?

El primer problema que encontramos con esta creencia está en la Biblia, primer libro impreso y principal best seller de Occidente. El Antiguo Testamento, considerado como inspirado por Dios –y por ende, también las leyes que se prescriben en él– habla de asesinar a homosexuales, adivinos y adúlteras, estipula el realizar sacrificios animales, no hablar siquiera con personas no judías bajo pena de quedar impuros para el sacrificio en el templo. Curioso resulta que hubiera pena de muerte para las adúlteras mujeres, pero no para las prostitutas, que resultaban útiles a los adúlteros. La Iglesia afirma, no sólo que estos 73 libros de la Biblia fueron inspirados, sino que su autor es el mismo Dios, y los verdaderos escritores serían autores secundarios. Sin embargo, la ley de Moisés, supuestamente escrita de la pluma del mismo Dios, no se parece en un ápice al mensaje de Cristo. Si aceptáramos la existencia de dios(es), ¿por qué no validar mejor a religiones politeístas como la romana o la griega, que sí dan cuenta de un código ético y cívico mucho más sustentable y civilizado? Ahora surge la pregunta inevitable: ¿se escapan a esto los evangelios? La verdad es que los evangelios expresan y dan cuenta de lo que a sus autores se les ocurrió, más leales a mitificar a Cristo como dios que a la veracidad de lo ocurrido. Por ejemplo, los evangelistas hacen hincapié durante todo el relato en que se cumplieron en Cristo las profecías del Antiguo Testamento, sin escapárseles el más mínimo detalle: que no le romperían los huesos, que nacería en Belén (para lo cual dispusieron un censo que no está registrado), que resucitaría, que sería descendiente de David, etc. También los creyentes actuales adecúan las alegorías del Antiguo Testamento a Cristo, para que milagrosamente todo calce. Desde el punto de vista de la literatura, es evidente que los evangelistas escribieron haciendo una lectura del Antiguo Testamento para ajustarlo a Cristo, con el objeto de establecer su divinidad, ocupando también otros recursos literarios e interpolaciones para ello, tales como sus múltiples milagros, el igualarlo con el dios judío y con una tercera persona (Santísima Trinidad) e, inserta en esta mitología, la inclusión de rasgos interculturales del Imperio Romano, tales como el culto a Isis, diosa Madre, madre virgen y Reina de los Cielos, que pasaría a conformar la doctrina mariana, o reemplazar el solsticio de invierno, celebración del dios romano Saturno, por la Navidad. Pero en realidad, antes de este paulatino montaje dogmático, los primeros cristianos eran una secta conformada por grupos en disputa que ni siquiera estaban de acuerdo en si seguir a Cristo o a Juan Bautista, pues ambos tuvieron varios discípulos (y por eso los evangelios que conocemos justifican a Cristo como maestro de Juan). Cabe mencionar que los evangelios que nos han legado las primeras autoridades de la Iglesia fueron escritos como parte de este montaje doctrinal, bastante tiempo después de la muerte de Cristo. Con la escenografía de los dogmas como fondo, la proliferación de guionistas ávidos por escribir sobre el popular mesías, y los únicos testigos muertos, la Iglesia hubo de convertir al protagonista de la obra, Cristo, en el principio y fin del Universo, un dios ante el cual todo ser humano es culpable y responsable de su asesinato, pues “se dejó matar por todos nosotros”. Ser insignificantes ante este dios omnipotente no impide que lo podamos ofender y enojar, ni que estemos en deuda con él por asesinarle. Este dios, amigo y enemigo, es la principal inconsistencia de la doctrina católica: Él nos ama, mas su amor exige nuestros méritos; perdona nuestros pecados, siempre que nos confesemos y seamos conscientes constantemente de nuestra culpa, aunque no sepamos de qué somos culpables; exige que creamos en él, por lo cual nos envía calamidades “para probarnos”. Pero detrás del telón de esta obra del absurdo, los cristianos, desde el principio, nunca se arrodillaron ante Cristo (él ya estaba muerto), sino ante su nombre idealizado, es decir, ante la Iglesia Católica, dueña del Cielo y de muchísimos bienes terrenales que ha obtenido por aquí y por allí, vendiendo el Paraíso y salvando a la gente del Infierno (nótese que la idea del Infierno es exclusiva de la religión cristiana).

La Iglesia, en un acto de “inspiración”, seleccionó sólo cuatro evangelios y otros 23 libros del Nuevo Testamento como divinamente inspirados, ratificando esta selección en el Concilio de Trento y determinando no sólo los textos canónicos, sino también la traducción válida. ¿No les parece demasiado que Dios inspire a ciertos traductores? Esto se hizo con el objeto de legitimar la Biblia católica por sobre los grupos protestantes emergentes, determinándose la Iglesia a sí misma como inspirada por el Espíritu, única capaz de interpretar la Biblia y también de administrar los dones del Espíritu Santo a través de los sacramentos. La leyenda de aquel concilio cuenta con versiones tales como la paloma que se posó en los libros señalando los que eran canónicos, o que estos cuatro evangelios fueron los únicos que no se cayeron de la mesa. Es decir, la inspiración divina en la escritura de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento es una creencia arbitraria que surge de una decisión política fundamentada desde sus inicios en una mentira: que Dios es autor de esos textos y que la Iglesia es instrumento de ese dios. No es necesario profundizar en lo mucho que se contradice la Biblia con la arqueología contemporánea; baste mencionar que el mesías que los judíos esperaban no se parece a Cristo en absoluto. En aquella época hubo otros mesías que tuvieron seguidores, pero no contaron con la suerte de convertir a la cabeza del Imperio. Pese a que Cristo criticó duramente la ley y a las autoridades judías, los evangelistas utilizan la misma tradición para legitimarlo como el Mesías, agregando a su condición mesiánica una naturaleza divina. Esta tergiversación hecha por San Pablo y apoyada por ciertos evangelistas habría sido inaceptable para un creyente judío, para quien hay sólo un Dios.

Quizás podríamos admitir (con imaginación) que tal vez existió un Abraham (o más de uno) que concibió un dios monoteísta e indujo de ello la idea de sacrificar animales en vez de personas (según el pasaje del sacrificio de Isaac), pero de todos modos sacrificó la dignidad humana de todo un pueblo con las ideas de la culpa y la bajeza humana, que serían profundizadas por los cristianos desde San Pablo en adelante. Pues tal como señalara Nietzsche, la culpa nace del concepto de deuda, y la mayor deuda que puede concebir el ser humano es el monoteísmo (Genealogía de la moral, segundo tratado). Los judíos inventaron un dios protector que los cuidara de otros pueblos a cambio de lealtad, un dios exclusivo de los judíos, tal como después pasarían a ser ese dios y su salvación exclusivos de los cristianos. Pues la Iglesia profesa que todo hombre es concebido en pecado, y que a través de su rito de iniciación (el Bautismo) devuelven a los bautizados su semejanza con Dios, pues todo aquél que conozca a la Iglesia y no se adhiera a ella, niega su propia salvación.¿Qué se puede decir ante esto?

Acto 2: Iglesia inspirada por Dios. La Iglesia profesa en su credo que ella misma es santa, considerándose obra santificada de su dios (“Creo en la santa Iglesia Católica”). La creencia anexa de que la Iglesia es inspirada por el Espíritu Santo se manifiesta en el dogma de la infalibilidad del papa como vicario de Cristo en la Tierra. De acuerdo a este dogma, todo lo que el papa diga de manera ex cathedra, es decir, en materia de fe, doctrina y moral, como autoridad ante millones fieles, es considerado verdad indiscutible e incuestionable, no sujeta a errores, pues el mismo hombre-dios Cristo cedería a su “vicario”, el obispo de Roma, su divina infalibilidad. Por supuesto, este dogma fue promulgado por un papa: Pío IX, en la segunda mitad del siglo XIX, ¡qué conveniente! Hay que aclarar que, para la doctrina católica, los dogmas ratifican una verdad revelada por la tradición, que junto a los dudosos textos, es considerada fuente de Revelación divina. Por lo tanto, se puede inferir que cualquier papa puede representar a Cristo con autoridad, no sólo en materia de fe, sino también de moral y costumbres. ¿Qué ocurre con la autoridad moral de los papas que se acostaban con prostitutas, los que vendían bulas para que les compraran una habitación en el paraíso, los que participaron en guerras y quemaron a científicos defendiendo su dogmatismo? El papa que ordenó, no sólo asesinar a Isabel I por ser anglicana, sino que declaró que quien la asesinara iba a ganarse el Cielo, ¿también es una autoridad moral a la altura de Cristo? Cristo proclamó una Iglesia universal. Cuando Benedicto XVI declara que la religión católica es la verdad absoluta y única, y que las demás creencias están completamente erradas, ¿está siendo fiel al mensaje de Cristo? No es necesario ser historiador para poder apreciar que la Iglesia Católica y sus autoridades, en vez de asemejarse a Cristo, se parecen más bien a los fariseos a los que Cristo insultaba y maldecía, incluso hoy, también en Chile. El cristianismo es una construcción social más bien corrupta que semejante al Evangelio, pero pese a no ser precisamente “un destilado de virtud”, utiliza el nombre de Cristo para legitimarse y el de su dios para validarse, y, haciendo gala de la bandera de sus dogmas incuestionables, se ha convertido en una suerte de fariseísmo actual. Ha sido una doctrina íntimamente ligada al oficialismo occidental en su desarrollo histórico, provocando más daño que bien a la humanidad. En vez de integrar y acoger, como predicó su dios, es segregativa y exclusiva. Mediante su concepción de pecado y la tiranía de la culpa, segregan a homosexuales, separados, divorciados, a los hijos de separados y divorciados, a los que se aman sin estar casados por la Iglesia y, para no alargar demasiado la lista, a todos los no católicos, sean éstos ateos o de otras religiones, “que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error”, como rezan los católicos a la Virgen en el mes de María. Sin embargo, la Iglesia afirma estar inspirada por el Espíritu Santo a través de carismas o dones que se manifiestan en las cosas buenas, ¿pero estos dones no deberían poseerlos los papas y los cardenales que los eligen? Cuando las autoridades de la Iglesia a nivel mundial se hacen cómplices de abusos sexuales a menores, los ocultan y esconden sin tomar medidas hasta después de que la prensa los vuelva asunto público, toman esas medidas para protegerse a sí mismos y no a las víctimas, e incluso entonces hay autoridades con cargos importantes en la Iglesia mundial, como el cardenal Jorge Medina, que restan importancia a que un sacerdote abuse de un menor de edad, ¿qué pasó con el Espíritu Santo? Si la Iglesia no está mal, entonces su dios está fallando. O es falso que el espíritu divino de la Trinidad inspira y alienta con su soplo a la Iglesia, o tal vez el Espíritu Santo tiene enfisema, pero ciertamente hay algo en la institucionalidad católica que está fallando. Esto no es culpa de los laicos católicos, pero se crea un círculo vicioso en la medida en que otorgan su lealtad a la Iglesia corrupta y creen de corazón que su religión está inspirada, alentada, revelada y validada nada menos que por Dios, confiando sus vidas y confidencias personales a cualquier sacerdote, creyendo que por ser éstos ministros tienen una respuesta casi divina a todo. Para seguir con el tono dramático de este ensayo, voy a representar esto con una conversación hipotética.

CATÓLICO: Mis creencias religiosas y morales están inspiradas por Dios.
ATEO: Yo no creo en Dios.
CATÓLICO: Entonces irás al Infierno, o en el mejor de los casos al limbo.
ATEO: No creo ni en el Infierno ni en el limbo.
PAGANO: Yo creo en Dios.
CATÓLICO: Pero tu dios no existe, el que existe es el mío.
PAGANO: ¿Cómo lo sabes?
CATÓLICO: Porque mis creencias están inspiradas por el verdadero Dios.
ATEO: Dime, ¿los sacerdotes pederastas están inspirados por Dios?
CATÓLICO: Justo ésos no fueron inspirados, al menos no estaban siendo inspirados justo cuando abusaron de menores, en ninguna de las reiteradas veces que lo hicieron.

Y la conversación puede ser eterna. Hay que recalcar que religiones no cristianas son bastante tolerantes e inclusivas con los otros credos, no las confundamos con los fundamentalistas católicos que los medios hacen notar ni olvidemos quiénes iniciaron las cruzadas. Los católicos, en cambio, se han caracterizado históricamente por proclamar una verdad absoluta. Si bien permearon elementos de otras culturas, tanto cuando se cristianizó el Imperio Romano como en las misiones en América, lo hicieron, en la primera ocasión, para asegurar sometimiento; en la otra, lo mismo; los colonos asesinaban a los indígenas propiciados por la Iglesia Española y los Reyes Católicos, dándole a los aborígenes la “oportunidad” de vivir como esclavos en vez de simplemente morir, mientras los misioneros los bautizaban para asegurarles, a cambio, una buena vida después de la muerte. Pues el rito del bautismo no es sólo una iniciación a la comunidad católica, sino que garantiza el Paraíso de los que están en lo correcto. Tanto así que cualquier laico puede bautizar a un bebé en peligro de muerte, “para salvarlo del limbo”. Esta costumbre proviene de la creencia milenaria que se mantuvo hasta Benedicto XVI, quien perdonó el limbo a los infantes que no alcanzaron a bautizarse.

Acto 3: Caen las máscaras. Supongo que ya no se preguntan por qué la Iglesia afirma estar inspirada por el Espíritu Santo. Ya se habrán dado cuenta de que es para sustentar su poder terrenal mediante la misma doctrina que profesan. ¿Se imaginan si el Estado civil dijera que sus acciones y políticas están inspiradas por Dios? Sí, es cierto, están pensando en que aquello históricamente ya ocurrió. Durante siglos los emperadores y reyes fueron ungidos como tales por un obispo o por el mismo papa. De esta manera, los villanos que trabajaban para el señor feudal y vivían de sus sobras jamás pensaron en sublevarse, pues la aristocracia y las autoridades políticas habían sido “legitimadas por Dios”, mientras la Iglesia Romana contaba con la lealtad de los gobernantes y el diezmo de cada ciudadano. No hubo mejor manera que la religiosa para establecer una sociedad estamental que todavía no cambia del todo. Incluso hoy, los jóvenes católicos van a misiones y trabajos con las mejores intenciones, pero a través de grupos que buscan un adoctrinamiento católico de los pobres. El problema de esto es que el adoctrinamiento, de por sí, excluye la realidad y punto de vista del otro en pos de lo que el misionero adoctrinador cree correcto. El producto son jóvenes levantando mediaguas para crecer en la fe con sus compañeros de credo y clase social; personas que dan una limosna como anestesia para su conciencia, una solución de algo de dinero sobrante para aliviar la conciencia de su responsabilidad en el problema de fondo. A través de estas prácticas, la gran mayoría de los católicos convierte la caridad, no en un acto de justicia, sino en un ejercicio masturbatorio. Pues en efecto, incluso un acto a favor de otro puede ser realizado principalmente a favor del propio bienestar. La doctrina católica, con los méritos que su dios exige para entrar en el selectivo Paraíso, es experta en ello.

Así que la respuesta a la inspiración divina de la Iglesia, sus textos y su tradición es ésta: todo ese aparato valida con la doctrina su propio poder político. La respuesta de los católicos a todas estas contradicciones es que lo bueno de la Iglesia está inspirado por Dios, mientras que lo malo es culpa del hombre y la terrenalidad de la institución. Pero si algo es bueno y malo al mismo tiempo, ciertamente es netamente humano, aunque el credo católico disocie el origen del bien en favor de su dios y el origen del mal en perjuicio de la humanidad. Y si fuera cierto lo que profesan los católicos, ¿podría alguien pedirle a Dios que inspire a su Iglesia completamente? Nos ahorraría muchos problemas. Pero si usted es católico, debe saber que los religiosos rezan constantemente por esto, para que su dios guíe a la Iglesia y a los sacerdotes. Por lo tanto, sólo queda pensar que la Iglesia sí es una construcción humana en su totalidad, una institución que ha asesinado a muchos, ocultado abusos a menores, como cómplices del delito y obstructores de la justicia civil; ha fomentado la desigualdad y la ignorancia y, para equilibrar su enorme corrupción, recomienda a sus fieles “hacer buenas acciones”, tales como lavar la loza, no asesinar a nadie, confesarse continuamente, donar su 1% y devorar a Cristo al menos semanalmente para absorber su espíritu, tal como hacían los aztecas con los órganos de sus enemigos.

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